El número trece es considerado de mala suerte por la cultura occidental pero para Los Mayas es un dígito sagrado. Desde 2012 la cultura Maya ha dado mucho de qué hablar ante el supuesto inminente fin del planeta. No obstante, el mundo continúa y son más las investigaciones que afirman que la civilización mesoamericana no predecía el fin del mundo sino el fin de una era.

La supremacía continental del momento, pone de manifiesto que lo ocurrido en 12 de octubre de 1492 en lugar de un descubrimiento fue el encuentro de dos mundos. La civilización Maya data de ocho mil años antes de nuestra era en el período arcaico hasta dos años antes de Cristo con el inicio de la era preclásica, etapa en la que lograron la plenitud que hoy en día admiramos.

Hay que reconocer que durante la etapa de la conquista, la cultura maya había desaparecido. Sin embargo, sus aportes en astronomía aun sorprenden a los astrofísicos de la actualidad. Los mayas realizaron estudios de los cuerpos celestes, los movimientos del sol y de la luna, además del planeta Venus, las estrellas y constelaciones.

Con relación al dígito trece, muchas son las aplicaciones que los mesoamericanos aplicaban con la finalidad de predecir el futuro ya que el propósito de la astronomía maya no era el estudio del universo con fines científicos sino para entender los ciclos de tiempo pasados, y proyectarlos hacia el futuro con el objetivo de hacer profecías.

Los mayas lo tenían como número sagrado debido a que según sus investigaciones el año, cuya duración tiene 365 días como el año gregoriano, se dividía en trece lunas de 28 días cada una. Además, el calendario maya incluía tres cuentas, las cuales funcionan en perfecta sincronía: la cuenta galáctica, la cuenta solar y la cuenta lunar; más el día fuera del tiempo, iniciándose con el despuntar de la estrella Sirio el 26 de julio.

La sabiduría ancestral y la vibración del número 13 en la civilización maya se resolvía con la sumatoria de la cifra anterior, más el dígito uno. Es decir, 12 + 1. Lo sagrado de la sumatoria no radicaba en el resultado sino de las similitudes encontradas en el mundo material que les rodeaba tomando el número uno como reencuentro con nuestro “ser esencial”, una energía superior, en una palabra con Dios.

Cristo escogió doce apóstoles más él, la sumatoria da trece; el Templo de Salomón tiene igual número de columnas más el altísimo, (representación a un Ser Supremo), también suman la misma cantidad; nuestro código genético está conformado por doce hélices más la sumatoria mínima da como resultado: 13, la unión con lo espiritual. Materia y espíritu, el número de Dios.

La cultura maya tenía una conexión con el plano espiritual que reconocían como un ser superior. Posteriormente diferentes civilizaciones parecieran coincidir con la unión del plano material y espiritual al reconocer la vibración del dígito trece. Es momento de deslastrarse de las supersticiones, de ahora en adelante el número 13 será sinónimo de conexión espiritual con el Gran Arquitecto del Universo.

ALFA